El aplastante triunfo de Jeannette Jara (PC) reconfigura las fuerzas de la izquierda chilena
de cara a la próxima década. Si la recuperación de la democracia, a partir de la década de
los ochenta significó la renovación de amplios sectores de partidarios del fracaso de la
Unidad Popular, y el encuentro con quienes fueron sus adversarios desde el humanismo
cristiano, para recomponer el tejido de lo que el Presidente Aylwin -figura señera de dicho
período- denominó “El reencuentro de los demócratas”, hoy a casi 40 años de dicho
momento asistimos, como venimos haciéndolo hace algunos años, al retroceso en el
tiempo de la hegemonía de la izquierda que ha borrado o vaciado a una centroizquierda
razonable. A fuerza de interés (y mirada a lo lejos por muchos) ésta con penuria corre a
asegurar alguna cuota de poder, ello incluso, a riesgo de quien controla los tiempos, sea o
pueda ser en un eventual gobierno de Jara, un Partido Comunista (PC) que de moderno
tiene poco, y que desde hace décadas abjuró de la renovación democrática del
eurocomunismo.
Más bien, se trata de un PC detenido en la historia, una suerte de dinosaurio en extinción
que sobrevivió, a duras penas, a la caída del asteroide de la libertad, ese que apoyó que
los tanques de la URSS aplastaran la resistencia de Praga, el mismo que entrenó a sus
cuadros y admiró por años a Castro, y sus secuaces, el PC que durante años vio en
Cuba, Vietnam los focos de la resistencia contra el imperialismo. El mismo que hoy, lo
hace con ceguera traído, desde el fondo de la historia, defendiendo la invasión rusa a
Ucrania, la teocracia iraní y su influencia en Venezuela (esa “democracia diferente”)
donde a esta hora opositores son torturados y desaparecidos, el mismo que cree en la
plurinacionalidad bolivariana y que enviaba hasta hace poco tarjetas de saludo al régimen
de Corea del Norte.
Hablamos del PC que en Chile, en los últimos años apoyó irreflexivamente y como cabeza
de lanza una insurrección de violencia, contra un gobierno establecido, el que no fue
capaz a la hora de detenerla, capaz de firmar el acuerdo de paz, y que dio paso a una
locura constituyente que no buscó en caso alguno la conciliación o la reconfiguración de
un proyecto de país común, sino la instalación de una añeja mirada de mundo para
convertir a Chile, en un bastión más de la lucha geopolítica que observamos en el mundo.
Ese mismo PC que durante éste Gobierno intentó una y otra vez echar abajo las leyes de
seguridad e inteligencia, tan necesarias en esta hora crítica para combatir el crimen.
Habiendo transcurrido tanto, observar a fuerzas que reconstruyeron una democracia
moderna, libertades públicas e insertaron al país a través de la sucesión de exitosos
gobiernos retomar irreflexivamente, y sin, un ápice de autocrítica (después de la peor
debacle que viene arrastrando desde 2022) una negociación ciega por “acuerdos”
programáticos con un partido cuya consistencia de rémora de la Guerra Fría, es evidente
resulta dramática e insultante, lo mismo ver a muchos de sus líderes históricos, que
guiaron la reconstrucción de la conciliación nacional, y que instalaron las bases de un
Chile moderno que avanzó resulta realmente impactante, lacerante e insólito.
Lo que nos deja en claro esta elección, es que no será un gobierno, en un sistema
hiperpresidencialista dirigido por una militante del PC, que cree en una economía de
demanda interna, de nacionalización de recursos naturales, que descree de la iniciativa
privada, el medio por el que Chile saltará a un nuevo paso al desarrollo truncado en la
última década.

Chile requiere con urgencia, en los próximos años, de una sucesión de Gobiernos que
vuelvan a estabilizar su credibilidad y certezas, en un arco político que defienda siempre y
con fuerza la democracia liberal, las libertades públicas, el crecimiento económico y la
certidumbre ante el crimen de la mano de la ley.
Ello no se logrará con una izquierda identitaria, torpe, más preocupada de sus cuotas de
poder que del futuro de Chile, que a la primera de cambios abjura de sus más
elementales principios. Por el contrario, no serán tampoco los extremos de una política
conservadora, no reformista, y menos que se atrinchera en sus dogmas y fantasmas del
pasado, que sueña con quiebres institucionales o los justifica quien dirija sin producir
frustración en el futuro.
Como nunca en nuestra historia, Chile no tiene tiempo que perder. Tener un gobierno de
mayorías amplias, que se muevan desde una centroizquierda moderna y abandonada,
pasando por el centro, hasta una centroderecha abierta y reformista, en cuyo espíritu
tanto contribuyeron personas como el Presidente Piñera, comprendiendo de sus errores
pasados, será una tarea de nosotros los ciudadanos, no de los partidos. Será un gesto de
responsabilidad y generosidad que tendremos que darnos los chilenos moderados, que
sabemos que los gobiernos no tienen una vara mágica para resolverlo todo, sino para
abordar lo urgente de manera rápida, con equipos probados, con personas que conozcan
que la solución a problemas complejos, no son un par de slogans fáciles y que requieren
de mayorías que convoquen, sin por ello quedarse detenidos en el status quo y
abandonar el reformismo gradual.
Llegó el tiempo de definir quien representará mejor la urgencia de ese país de la próxima
década, un país que ha vivido atrincherado en sus extremos, que ha demostrado que
cuando éstos llevan la mano del juego se parapetan en sus dogmas imposibles.
Los chilenos no podemos esperar más, requerimos de un proyecto político de largo plazo,
que trascienda a las izquierdas y las derechas, que aspire al desarrollo, al crecimiento, el
cuidado de nuestra población. No hay más tiempo, y tampoco hay espacio, para entender
que lo que está en juego es una manera de mirar la democracia. Para quienes creemos
en ella como un fin que se perfecciona y se construye, y no para quienes -desde ambos
arcos- descreen de ella como un medio, que puede modificarse en torno a la
circunstancias.
Se requiere la reflexión de todos nosotros. La solución, no está en los candidatos que
mejor pegan con frases, ni con aquéllos que pretenden instalar su fe en el mundo basado
en sus propias cegueras. Tampoco con aquellos que son producto del marketing más
depurado.
Estoy cierto que la manera verdadera de construir ese país, es con la experiencia, el
conocimiento, la evidencia y sin llegar a La Moneda a practicar, ni intentar convertir el
gobierno en el coto de algunos para satisfacer las egolatrías propias.
Esa es la reflexión que cada uno de nosotros debe hacer en esta hora. No la de la
comodidad, sino de aquélla que recupere a este país, sobre la base de lo que es factible
hacer, y dejar éste vaivén infinito, entre soluciones simples a problemas complejos.
Quien ofrezca, aunque no siendo la más atractiva de las soluciones una salida, una
esperanza de luz después de años, evitará en esta hora y en la próxima década la
desilusión democrática, esa que tanto daño puede hacernos. No es por tanto, ni el

populismo, ni los extremos políticos, quienes reviertan esta hora dramática del país, lo
serán aquellos que desde la mesura, la certeza de lo posible puedan decir de frente a los
chilenos lo que se puede y lo que no se puede, y que recompongan el diálogo y las
mayorías dialogantes. Se requerirá, por ende, un gobierno de los mejores, un gobierno de
urgencia nacional que nos saque desde donde estamos, y que quien lo lidere sepa que
ese es el único camino para aquello habiendo hecho un camino desde su sector a la
búsqueda de las esquivas mayorías.
Eso requiere conocer muy bien lo que se va a hacer o no, lo que se puede y no, y sobre
todo conocer como nadie los entresijos del poder y el Estado. No hay más tiempo y
estamos en la hora de inflexión.

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